Este libro que ahora empieza, hoja sobre hoja, y capa a capa de la urbe, recrea y se recrea con el caminar de un peregrino, imaginario, que atravesando las calles madrileñas buscará la salida norte hacia el puerto serrano de la Fuenfria, partiendo desde el mismísimo corazón, germen de la ciudad, y bendecido en su parroquia de Santiago.
Cientos de años de culto a Santiago y de peregrinajes dejan muchas huellas, signos que hay que saber buscar bajo el polvo del tiempo, y leer su lenguaje desapercibido. Símbolos que los siglos han ido amontonando a nuestro lado muy a pesar de las ignorantes piquetas en manos demoledoras. Desde el epicentro hacia las afueras se marcha por una senda adoquinada, que simulando hoy ser calle, ayer fue carretera y ha dejado a su paso mucho de que hablar; de conventos y palacios; casas masónicas, edificios de literatos; de iglesias y prostíbulos;
tabernas
y cementerios, cancelas que dan sombra a su pasado. Hay conchas, vieiras y veneras, espirales y mucho Santiago; sedentes y peregrinos, matamoros o extasiados.
Siete puertas hay que ya no existen y con las que solo se abren al paso de las siete llaves de nuestra imaginación; reliquias del Santo para besar, y soñar con lo que
aquí había para contar; los hospitales de ambulantes, las Casas de Socorro y los centros de enseñanza junto a los quemaderos de herejes escondidos detrás de cruces verdes, a las que se les calló la pintura y la madera, y unos perros del Señor,
Dominmi canis que desde el pasado ladraran a nuestro paso. Vírgenes negras y negras vírgenes, viejos herrajes, Cristos Llagados que nos causaran el mismo espanto que lo hicieron a Galdós. Raros y bellos pelícanos sacramentados que guardan los sagrarios custodiados en encomiendas de sores de la Orden de Santiago. Iglesias que fueron bailes, salones que hicieron de galeras y cárceles que
vuelven a ser conventos… o garajes.
No solo se nos abrirán las iglesias, también cerraremos tabernas a nuestro paso. Al final las periféricas freidurías nos darán su sabor obrero de chisporroteantes gallinejas, amparadas por las mollejitas y los entresijos olvidados que flotan perfumados en grasa entre los aromas de buen vino, antaño argandeño peleón. Aunque si lo preferimos podemos quedarnos a medio camino alrededor de las más modernas tortillas de camarones o las clásicas ostras con cava.
Es una propuesta para conocer andando un Camino diferente y desconocido hacia Santiago por las calles de Madrid, una ruta de poco más de cinco kilómetros a la vertiginosa velocidad media de un kilómetro por hora,
con parada y sin fonda. Bueno… al final, en la Puerta de Europa había una, “El hotel del negro” pero eso era otra historia… más oscura.
Se nace al camino de mañana entre luces de bohemia al calor de la chocolatería de San Ginés. Una inmortalizada “buñolería modernista” anclada en el tiempo del esperpento del viejo barrio mozárabe que ahora nos recuerda a un Valle-Inclán, o a un matasiete Alatriste acogido a su Sagrado apareciendo a través del humo del incienso al callejón, a recibir una bocanada del aire fresco de la mañana, o si acaso una estocada siniestra.
El callejón es un recodo que afluye a una calle que fue arroyo y es
Arenal, vía que está a dos metros, el del Sol y el de la Opera. Terminaremos a un medio día entre los brazos de las inclinadas puertas de Europa junto a una primera flecha amarilla en un paseo gratuito y barato, pues aunque las calles sean libres de peaje, los churrillos y las gallinejas tienen dueño, pero si tienen a bien venir alguna mañana dominguera conmigo, mis palabras a borbotones les serán de balde. Les invito pues a caminar en este mi Camino a Santiago, que es nuestro. Y servidor, alias el exégeta, les fascinará con su verborrea sabida a fuerza de repetirla, pues tras su soberbia fachada, solo encontraran a un humilde y sencillo peregrino.
INTRODUCCIÓN
Cuando en el lejano año 1090 se tomó lo que fuera castillo moro de Madrid, ya hacía más de dos siglos que se había encontrado cerca del Finisterre la Gran Reliquia de Occidente, que era, nada menos que el cuerpo completo del Apóstol Jacobo, el hijo de Zebedeo, el discípulo de Cristo que trajo la luz a los gentiles de nuestra Península, razón ésta, por lo que previamente a su descubrimiento, había sido erigido por el estadista Beato de Liébana como Patrón de la Hispania.
La ruta a Jerusalén estaba cerrada por los infieles, turcos selyúcidas, lo que hacía que el principal eje de peregrinaciones, de toda Europa, fuera aquel que unía Roma con Santiago de Compostela, camino por el que no solo entraban romeros en devoción, sino también nobles guerreros, siempre a favor de ejercitarse en la lanza contra el amenazador sarraceno.
La fortaleza sobre la vega del río Manzanares, era la llave de paso para tomar la vieja capital de Toledo y a su asalto se encaminaron los caballeros de don Alfonso el VI, -rey castellano-. Encabezados por el Cid, su alférez. Con sus huestes cabalgaban una serie de donceles francos que más adelante participarían en la liberación de Tierra Santa. También estaba un importante personaje que resultaba la pieza clave para la implantación de la Orden del Cluny en Hispania, don Bernardo de Sedirac, a la sazón abad de Sahagún y que al poco tiempo, al quedar liberada Toledo, llegaría a ser el primer arzobispo primado al oeste de los Pirineos.
Junto al castillo moro existía un asentamiento mozárabe, arracimado junto a una iglesia dedicada a San Ginés, hacinados más que protegidos por una cerca, cuyos habitantes, al ser liberados del sometimiento islámico, quedarían como colonos de su propia tierra. La frontera que les separaba de Castilla y León se desplazaba más al sur, quedándoles un camino franco que les
integra y comunica con el resto de la cristiandad, aunque no es tan posible, que aquellos labriegos, tuvieran los medios y la libertad de movimiento como para ausentarse de su lugar, -que era preciso repoblar- y al que se hacía llamamiento para acudir a habitar y no para encaminarse hacia el norte, donde un mozárabe, como antiguo pechero de los moros, sería mal visto y podía incluso llegar a ser cautivado y vendido impunemente, según recopiló siglos más tarde Alfonso X el Sabio en sus Partidas. Contrariamente a lo que pensamos hoy, el mozárabe no estaba bien considerado, porque en lugar de revelarse contra el enemigo de la cristiandad se sometía a él pagándole sus impuestos.
No obstante tomada la soñada y tan anhelada Ciudad Imperial, con la restauración de la capital del reino visigodo de Toledo.
Alfonsus Imperatur totus Hispaniae va abrir una circulación muy fluida entre la ciudad del Tajo y la villa a orillas del río Céa, pues el monasterio de Sahagún –que sería su panteón y el de sus muchas esposas-, es el lugar de residencia preferido por este monarca de Castilla León. Sin olvidar que el nuevo arzobispo toledano mantiene sin cortar el cordón umbilical que le une a la casa madre de su orden en Hispania. Por todo ello el jalón del Alcázar y población aledaña de Madrid se convierte en etapa y parada, de una línea de ciudades, en el camino del antiguo reino con las nuevas tierras conquistadas, junto lugares –capitales-,
como Segovia, Valladolid, Grajal y Sahagún. Madrid pues queda abierto, sino a la peregrinación si al viaje entre el nuevo reino conquistado, cuyo foro y zoco serán de capital
importancia para el rey.
Ya van nueve siglos de aquello, Madrid ha embebido a muchas gentes, millones de nuevos hijos que no han dejado nunca de acudir. Cuando han podido han viajado hasta Compostela, pues peregrinar mendicante no les fue permitido hasta el siglo XVIII.
Los números hoy, son contundentes; en el Año Santo del 2010 con un total de 179.944 peregrinos españoles andantes a Santiago de Compostela, 24.557 eran comunitarios de Madrid y su comarca, algo así como el 17,82 por ciento de todos los computados. Siglo a siglo la presencia del Patrón del Reino ha ido
dejando huella en la capital, la ciudad sin estar en el Camino de Santiago es la que más peregrinos acoge, por hacer de puerta al exterior y distribuidor de ida y vuelta para el interior peninsular. Su espíritu jacobeo late semi-escondido en cualquier esquina o rincón de una calle.
Nuestra ciudad es lo más parecido a una cebolla, según ha ido creciendo se ha envuelto capa a capa a si misma, aquel castillo moro se le rodeo una villa medieval, un Madrid de Austrias bajo otro de Borbones, un ensanche decimonónico y unos barrios obreros de alubión y si acaso el “pau” periférico. En todos estos cercos se les puso puertas al campo y sus postigos fueron atravesados por la misma carretera que se encaminaba al norte.
Propongo con estas letras, salir de la urbe como de la cebolla, por su tallo, atravesar capa a capa la ciudad, buscando siempre a Santiago a nuestro paso. Jugando con algo anacrónico e irreal, aunque no imposible, cómo creernos romeros en tránsito, mezclando lo real con lo imaginario, siglo sobre siglo y paso a paso.
Este año se celebra
el XXV aniversario de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Madrid, hace ya más de una década que tuvo la iniciativa de abrir un Camino desde la ciudad hasta Sahagún de Campos, pasando, a pie y sin asfaltos, por todas las capitales históricas antes mencionadas, con lo que un madrileño puede salir desde la puerta de su casa y encaminar sus pasos hasta el Camino de Santiago, escoltado en todo momento por unas flechas de pintura amarilla que le impiden perderse en cualquier encrucijada, encontrando acogida y hospitalidad peregrina a lo largo de todo su recorrido. Por otro lado éste mismo año nace una nueva asociación con la iniciativa de unir la Iglesia de Santiago y San Juan Bautista con el que fuera monasterio de la Orden de los Caballeros de Santiago en Uclés, en plena llanura castellano manchega, con lo cual las nuevas rutas jacobeas pueden prolongarse o acoplarse al gusto del peregrino. Sirva pues esta guía a modo de soldadura entre ambas, para llevar entretenido concheiro desde la Iglesia de Santiago hasta la primera flecha amarilla que se marca en la Puerta de Europa que ha venido a llamarse la Plaza de Castilla.